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AGOSTO 2021

YO GALENO, (SEGUNDA PARTE) POR LOLA GUTIERREZ

Manuel Torres Garcia Después de matar a Rafael Tello, el asesino de  Isabe l, me sentí satisfecho, reconfortado. Decidí seguir con mi vida en este pueblo en el que podía pasar totalmente desapercibido. Después de cargarme a Tello nunca pensé continuar, pero a veces el universo pone frente a uno situaciones donde no solo los árboles bonitos y derechos se alzan orgullosos. Desgraciadamente, hay miles de plantas torcidas que no merecen haber brotado. Ocurrió semanas más tarde. Una pelea de chicos hizo que cambiara de opinión. Tres adolescentes golpeaban a otro compañero, al tiempo que se burlaban de su físico. Los comentarios eran detestables, hirientes. El gordito se zafó como pudo, magullado, y echó a correr para refugiarse en un jardín vecino, ametrallado por las burlas y las risas de sus atacantes. Sentí tanta ira como pena. Tenía que poner fin a semejante atropello. Aquel trío de chulos, prototipo de delincuentes, merecía una lección. Comencé a seguirlos. Me había hecho un experto ob

YO, GALENO (PRIMERA PARTE) POR LOLA GUTIÉRREZ

Photo by steinar-engeland-unsplash



Estoy despierto sobre la cama. Enciendo un cigarro y me voy a mirar por la ventana. La luna destella sobre el tejado abuhardillado de mi vecino. 

La de cosas que se advierten cuando estás desvelado. La silueta de un gato callejero salta por encima de los contenedores de basura. Un coche patrulla pasa muy despacio frente a la puerta de casa. Se para unos metros más adelante. 
Observo al agente que desciende del vehículo y utiliza el móvil para que le abran la puerta. Las tres de la mañana. Se dice que es la hora bruja del día. Más que bruja, diría que pérfida. 

El policía está liado con una cuarentona de buen ver, que está casada. La vecina infiel aprovecha el cuadrante de su marido para cuadrar a su antojo la cama con el agente de la ley. 
Aplasto el cigarro, mojo la colilla bajo el grifo de la cocina y la deposito en la basura. No soy de los que tiran cosas por la ventana. Protejo el medio ambiente, separo vidrios y plásticos de la basura orgánica. 
Eso también me asegura de no ir dejando mi ADN por la calle. Obviamente, todo lo que pueda ser analizado lo deposito en contenedores muy alejados de mi domicilio. Siempre he sido meticuloso en extremo.

También soy un asesino y tengo que protegerme, cuidar al máximo todos los detalles. Llevo cinco años matando gente. Lo confieso, hasta ahora ningún crimen ha sido investigado: todos son accidentes, paradas cardiacas o ajustes de cuentas entre bandas. 

¿Por qué lo hago? 

Estoy muy cansado de jueces simplones, abogados usureros y políticos corruptos. Más que harto de que se proteja al delincuente. 
Justicia demorada, justicia denegada. Un criminal no debe quedar impune, un criminal no debe caminar en libertad. 




Yo soy otro criminal, un asesino cualquiera que hace el trabajo de la justicia. Soy médico de profesión. Hace cinco años, un hijo de puta se coló en mi casa, golpeó a Isabel, mi mujer, la maltrató a su antojo. No se conformó con violarla, también le quitó la vida. Estaba embarazada de tres meses. 
El ruido, la lucha de Isabel con el agresor alertó a los vecinos. Ella se defendió todo lo que pudo. Cuando la policía llegó en su ayuda nada se pudo hacer. Recuerdo ese terrible momento; cómo olvidar algo tan desagradable y doloroso. 
Estaba a mitad de una operación cuando la Guardia Civil fue a buscarme al hospital. No he vuelto a ser el mismo. Ahora solo pienso en venganzas, en limpiar el mundo. 

Hay que dejar crecer las plantas bellas y segar las malas hierbas, los rastrojos. 

En este último pensamiento hago un punto de inflexión… 

Una mala hierba siempre es mejor que un asesino hijo de puta. 

Volviendo al asunto, no me interesa la edad de los sujetos a los que pongo punto final. No me importa si son fanáticos de banderitas y de drogas. No me interesa si son okupas, españoles o extranjeros. 
No se trata de sexo ni de color; considero a todo el mundo igual, todos pertenecemos a la raza humana. 
Separo al hombre en dos especies, y una es el depredador, una mala persona que no merece vivir. Afortunadamente abunda la otra cara de la moneda. 

Yo soy del ojo por ojo y diente por diente, ese es mi lema. En algunos momentos ni yo mismo me reconozco. La transformación de identidad que he sufrido en estos últimos meses ha sido enorme. De vértigo. 
Dentro de mí había otra persona. Al igual que la erupción de un volcán, se ha dado paso a mi verdadera naturaleza, la realidad del ser que soy. 
Para poder desarrollarla del todo, vendí mis propiedades y dejé Aragón. Zaragoza había sido mi hogar hasta ese momento. 
Meses más tarde, compré una casa en un municipio cercano a la provincia de Badajoz. 

Podía pasar perfectamente por una persona cualquiera entre los doce mil habitantes de Cantareros, que así se llama el pueblo. 
Tengo ahorros, y un pequeño huerto en la parte trasera de mi casa me sirve de entretenimiento. También cuento con la jubilación anticipada. 

La depresión hizo estragos sobre mi persona durante el primer año. Un día me invadió la rabia. Ahora solo vivo para sacarla fuera, para soltar todo el dolor que me ha estado corroyendo las entrañas. 
Ya no tomo medicamentos, no los necesito, estoy perfectamente cuerdo. Distingo maravillosamente entre el bien y el mal, como también distingo justicia e injusticia. 

Descubrí que mi ira se apaciguaba si imaginaba que mataba al asesino de Isabel. Casi sin querer, comencé a gestar cómo podía llevarlo a cabo. Puse más interés cuando dejaron en libertad a la bestia. 
Un error al catalogar una prueba durante el juicio lo puso de nuevo en la calle. Creí morirme. La desesperación, la angustia me invadió por entero.
No podía tolerar que mi mujer estuviera en el cementerio y él riéndose del tribunal, de mi persona. 

Viví esos días sintiéndome el payaso viejo del circo, el bufón desterrado de la corte. Todo el mundo propinaba golpecitos de ánimo sobre mi espalda, todos repetían que lo sentían. 

Mi depresión se esfumó después de aquello. Mi cabeza solo clamaba venganza. Deseaba con todas mis fuerzas que aquel despojo humano estuviera tan muerto como Isabel. 

Después de un tiempo prudencial, comencé a seguir al tipo. Durante meses estudié sus recorridos, su modo de vida. Conocía todos sus pasos, los bares que frecuentaba, las tascas de mierda donde comía. En la primera ocasión fui a por él. 

No me resultó difícil darle caza; era animal de costumbres, fue fácil orquestar un plan. Al igual que hacía con las operaciones que realizaba en el hospital, diseñé un esquema de su anatomía. 
En todo momento supe qué vena era la correcta, qué músculos debía evitar y qué arterias podía perforar. 

Photo by greg-willson-unsplash



Tuvo una muerte lenta, agónica. Mi sonrisa le acompañó durante los veinte minutos que duró su pataleo bajo aquella viga oxidada. 
La cuerda que até a su cuello se tensaba y destensaba para alargar el momento. Cuando me cansé de mirarlo, dejé que se retorciera a un palmo del suelo. 

Mientras se despedía de la vida, le hablaba de Isabel, del hijo que nunca conocí, de todo lo que me había quitado. Sus ojos pedían clemencia. No me inmuté. 

Hice justicia. Me lo merezco. De alguna forma he restablecido mi propio equilibrio. Me lo cargué en un sitio sucio, poco frecuentado de personas que llevan una vida normal. 

Cuando descubrieran el cadáver, el lugar se llenaría de policías. Un forense sabe perfectamente que un ahorcado eyacula, se caga y se orina encima. Pronto se sabría que no se trataba de un suicidio. 

Una muerte, una puesta en escena, un trabajo bastante meticuloso del que por fin me libraba. Mis zapatos eran nuevos, un par de números por encima del mío. La camiseta, el chándal, así como toda la ropa interior, eran de estreno. Las prendas que uso cuando hago de justiciero las adquiero en el centro comercial. Son telas comunes y siempre pago en efectivo. 

photo by chris-rhoads-unsplash



En mi huerto tengo un bidón donde quemo hojas. Allí va a parar toda la indumentaria después de usarla. Nunca compro nada que lleve hebillas, cremalleras o algún tipo de tejido o zapatillas que no ardan por completo. Soy escrupuloso con mi higiene corporal, no he perdido la costumbre de cepillar a fondo mis uñas, aunque siempre uso guantes.

CONTINUARÁ...

Lola Gutiérrez
Escritora Novelista
@lolagutierrezsanches



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