Estaba cursando los últimos años de la carrera de Arquitectura, en una Universidad tradicional de mi país.
Habitar, luz, levedad, amplitud, gravedad…. Son palabras recurrentes para quienes se aproximan al particular universo de los arquitectos, personas capaces de ver un lugar en sus mentes antes de que exista o la imagen en 3D de algo que en un trozo de papel o hasta en una servilleta pudieran parecer simples rayas.
Sin embargo, aunque me sentía inmensamente acostumbrada y habituada a ese universo, algo no terminaba de cuadrar en mi cabeza y en mi corazón.
¿Existe algo invisible y que hace realmente particular a cada espacio que habitamos?
¿Qué conexión profunda, real e imborrable en el tiempo podemos generar con los lugares donde nacimos, donde dimos nuestros primeros pasos, o donde aprendimos a desenvolvernos y a desarrollarnos como seres humanos?
¿Pueden los lugares en que pasamos mucho tiempo afectar nuestra evolución personal y espiritual?
Y quizás, la pregunta que más me acompañaba, y la que me quitaba el sueño:
¿Los espacios están vivos, tienen espíritu?
Sentía con mucha fuerza que había algo que no me lo estaban enseñando en la Universidad, ni en los libros, y que tampoco pertenecía al mundo de lo conocido o de la televisión, y no lo encontraba en ninguna parte. Y sentía un imperante deseo de poder encontrar esa respuesta.
Fue así como el Feng Shui llegó mágicamente a mi vida.
No fue el Feng Shui en sí mismo el que me dio la respuesta, sino que fue la constante práctica de esta hermosa y delicada disciplina, la que me permitió acceder a un estado de conciencia y de conexión tan grande con los espacios, que un día, en medio de una asesoría de Feng Shui a un hogar, sentí un abrazo cálido y acogedor, de parte de un espíritu que no era el de la dueña de casa ni de sus hijos, ni de tampoco nadie aparentemente presente.
Sentí como esa ENERGÍA me rodeaba, me agradecía y con una dulce voz comenzaba a entregarme sugerencias acerca de cómo ella (era un espíritu femenino) podría comenzar a sentirse mejor. Se sentía obstruida y bloqueada por la presencia de un muro que cortaba su cuerpo en dos, lo cual no le permitía fluir o mover sus flujos energéticos de forma correcta, y no permitía que su dueña de casa se desenvolviera de forma correcta en el terreno financiero.
Me sentía asombrada por recibir esta información de forma tan certera, y decidí oírla, y traspasársela a su “humana”, la mujer que habitaba en ella y junto a ella.
Así fue como descubrí que los hogares no solamente tienen espíritu, sino que también tienen voz.
Voz, anhelos, memoria, creencias, personalidad.
Y el Feng Shui era una maravillosa herramienta para dar rienda suelta a esta pura y bonita comunicación, ya que por una parte los espacios podrían comenzar a alinearse con los ciclos de la naturaleza que tan bien le hacen a ellos y a nosotros los humanos, y además porque su espíritu es capaz de transmitirnos de forma correcta donde poner el ojo y la atención, para que ese espacio pueda sanar.
Y lo más importante que descubrí, que cuando un espacio que habitamos se sana, sanamos nosotros también junto a él (o ella).
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Andrea Riquelme Bellido Escritora y Experta en Feng Shui @espaciosdeensuenos |
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